martes, 26 de enero de 2010


Buenos propósitos tenía al principio del verano, pero se disiparon como la niebla, a principios de agosto volvía a caer en un pozo, hondo, húmedo, angosto. Al adiós de posiblemente la mejor persona que he conocido en mi vida, mi suegro, se sumaron una serie de acontecimientos que infligian un golpe en mi ya agotada alma. Primero la apatía de mi suegra que no levantaba cabeza, más tarde las explicaciones a los peques.
Temía que mi hijo mayor que tan en contacto había estado con su abuelo se derrumbara, sin embargo demostró ser muy maduro y aunque emocionalmente no fue capaz de expresar su perdida y la angustia lo atenazaba hasta ahogarlo fue capaz de superar el solo el trance. Mi pequeño ratoncito, se montó una película preciosa en la que su abuelo extendía las alas y en medio de una luz blanca subía al cielo, para convertirse en estrella y saludarnos cada noche con su brillo.

Quizás la inocencia de los niños nos ayudó a superar una pérdida irremisible y dolorosa, y no por más anunciada, menos dolorosa. Empezaba a brillar la luz del sol, cuando finalmente los números se emborronaron en mi universo, ya no podía hacer más por la empresa en la que trabajaba, los números rojos nos comían terreno a la misma velocidad que se nos agotaban las posibilidades crediticias y las ideas para salir de un bache que casi nos había engullido.

Me notificaron el despido y aquella pequeña luz que brillaba al final del túnel se apago, mis musas decidieron irse de vacaciones y no pude retenerlas. Me sentaba ante el papel en blanco y no lograba plasmar la vorágine de sentimientos encontrados que me arrastraban y zarandeaban. Ante esta expectativa decidí tomarme unas vacaciones, sin dejar una nota de despedida porque ni tan siquiera eso era capaz de redactar.

Los meses fueron pasando, el cielo seguía siendo plomizo sobre mi cabeza, el sol a penas aparecía se diluía como un espejismo, me miraba en el espejo y no reconocía a la persona que me observaba desde el otro lado. La tristeza se había apoderado de su rostro, la sonrisa a penas afloraba en su cara, la risa otrora escandalosa quedó relegada en un rincón. Sin poder evitarlo me convertí en otro yo.

Hoy la situación es otra, pero las musas siguen sin querer ayudarme a expresar todo lo que siento, parece como si el hielo hubiese quemado mis reservas, como si no fuera capaz de escribir nunca más, por eso esta entrada es un intento de quedarme por estos lares, pero no se si conseguiré despertar mi interés por la escritura de nuevo, ni si seré capaz de despertar el vuestro por mis escritos. Poco a poco me iré pasando por vuestros blogs, me iré poniendo al día, si algo puedo decir bien alto es que he echado de menos vuestros escritos, vuestros poemas, ese poquito de luz cada día, ese pequeño privilegio de leer algo que de verdad me llenaba.